domingo, febrero 05, 2012

Miedo a ganar (I)

Mario estaba realmente cansado. Además, y aunque se había acostado pronto, desde las 5 de la mañana no había podido pegar ojo. Se levantó a esto de las nueve algo catatónico, con la sensación de no ser del todo consciente de sus actos. Se dirigó a la cocina con la intención de desayunar algo. Pero el cúmulo de cacharros sin fregar (todos los que había en la casa), envases, cartones y bolsas vacíos que afloraban por todas partes junto con sartenes, cazuelas, grasa y el suelo de semanas sin limpiar, aparte de recordarle a cierto piso compartido en el que malvivió y palideció durante meses "y pensar que entonces era yo el único que limpiaba..." le invitaron a coger un simple yogur y a dirigirse a la salita. La situación que se encontró allí no era mucho más alentadora. Tuvo que remover pilas de papeles y objetos sin uso conocido ni condición para poder sentarse y apoyar los brazos y el yogur en algún sitio, mientras se tapaba con una manta y se pegaba al radiador eléctrico. Hacía bastante frío afuera. Pero no menos del que había dentro... de su cabeza. Miró, y toda superficie estaba llena de tangibles a su alrededor. Todo. Sofá, sillas, mesas, suelo... todo gran objeto utilizable estaba, en la practica, del todo inutilizable e impracticable. Pero todo lo que acumulaba le servía o le podía servir para algo. "A esto lo llamo yo ser un desastre..." se dijo. "Y a esto le llaman otros síndrome de Diógenes..." se matizó al momento.

Sobre el sofá y entre pilas de papeles, ropa y cartones, objetos sin terminar y documentos de próximos trabajos, de entrega inminente y que para variar no había apenas empezado a desarrollar. "Es el miedo a ganar". Le pasaba siempre: sabía lo que tenía que hacer, sabía cómo hacerlo y mejor aún, sabía que era bueno haciéndolo. Pero nunca solía acabar su trabajo ni sus encargos. Siempre se perdía en el agobio de pensar en todo lo que tenía que hacer y en cómo hacerlo en vez de actuar y hacerlo realmente. Mario pensaba que era una tara de fábrica, o fruto de su desastrosismo incorregible, pero en realidad era fruto de su miedo a enfrentarse a la vida. Le pasaba siempre y respecto a todo lo que le rodeaba y dependía de él. Pensar en ello, en el miedo a la vida, no le llevaba más que a una espiral destructiva hacia sí mismo, sin principo y sin final, que se unía a su agobio existencial. Y un vez dentro ya no existía forma humana de rescatarle, salvo cuando salía a flote, moribundo. En el fondo era un flojo, pero él quería creer que no era vago realmente... y que todo era fruto de su actitud mental y vital. Sólo resultaba productivo bajo extrema presión, aptitud que sus amigos valoraban, y que él sencillamente detestaba.

Envuelto en estos pensamientos, y mientras observaba la montaña que teóricamente ocultaba un sofá, Mario empezó a interiorizar toda la carga de trabajo que tendría que acabar para los próximos días. Eran los plomos que hacían saltar las alarmas. Lentamente corrió hacia el lavabo. Siempre que tocaba fondo se "arreglaba especialmente"... especialmente para él, claro, que solía recibir críticas por parecer un Adán, o más bien un gañán. Se afeitó cuidadosamente, se puso lentillas, colonia, zapatos, y con aparente confianza salió de su mundo en dirección al centro ciudad. Sin saber cómo y en el entremientras habían pasado horas... pero necesitaba documentación sobre la que empezar a trabajar, y esa documentación no la iba a encontrar entre sus papeles. Así que enfiló con decisión la avenida que le dirigiría al archivo. Llegaría a tiempo antes de que cerraran, sí. Como siempre. Muy justo... pero llegaría.

En la calle hacía un frío helador. La gente caminaba con gorro, bufanda, guantes y gruesos abrigos. Mario llevaba una cazadora de entretiempo abierta, cual si fuera una mañana fresca de verano. Los transeúntes le miraban extrañados, cosa a él no le importaba en absoluto. Le ardía la frente, estaba empezando a sudar... aquél aire estaba menos frío que su corazón.

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