domingo, febrero 20, 2011

A cette voix

Se había acercado hasta su casa no sabía muy bien por qué... si por pena, por lástima, o por poner un punto y final con el que dejaran de darle la brasa. Sin más dilación, se giró, mientras se atusaba hacia un lado la melena.

- Bueno... me voy.

Se dirigió con paso firme hacia la puerta. Acarició suavemente la manilla antes de empezar a girarla. Casi había empezado a tirar de ella cuando de repente un brazo apareció brúscamente por su derecha, y con un gesto firme, sujetó la puerta. Él la miró por un momento. Eran tan... tan... todo. Para él, la mujer perfecta. Pero ella ni se inmutó, siguió con la cabeza al frente, como si andubiera ya por la calle.

- Me dijiste que querías pasarte, que te apetecía darme un abrazo...
- ¿Eso dije? No lo recuerdo... (sin dejar de mirar al frente...)
- Sí... (dijo él, mientras le languidecía la voz...)
- Quizás, puede ser...

Él no dudó un momento, y soltando la puerta, la abrazó como si nunca hubiera abrazado a nadie...

Pero su cuerpo estaba rígido, como muerto...

Entonces acercó su rostro, acariciándo con la nariz su melena, y la dió un beso... que lo dejó seco. Era como besar un témpano de hielo, áspero, frío, sin sentimientos...

Bloqueado, soltó sus brazos y la dejó marchar. Ella rápidamente se deslizó y se fue corriendo, sin ni si quiera cerrar la puerta. Y allí se quedó él, por momentos, mirando a la nada, con aquella sensación de no saber muy bien el cómo, el por qué, ni el cuándo...

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