lunes, agosto 29, 2011

Vuelta a la nave

Después de estos días de parada técnica -casi forzada- volvemos de nuevo a la nave para proseguir con nuestro viaje. Siempre viene bien un cierto cambio de aires, qué duda cabe. Pero cuando el cambio es para respirar el oxígeno enrarecido de otras personas y comer proteínas recicladas a base de desechos... lo cierto es que la situación se padece, más que otra cosa. Porque por mucho que a los trabajadores de la estación se les haya llenado la boca con el cuento aquél de que su comida provenía de una huerta hipercuática en alguna luna cercana (huerta donde según dicen cultivaban varias especies alienígenas de legumbres y rábanos)... a mí no me engañan. Uno está curtido en culturas y picaresca, y de comidas y picaresca en la Tierra sabemos un rato. Por todos es sabido que cualquier "cosa" a la que se le añada MSG, guindilla y salsa barbacoa, va a estar deliciosa... aunque sea basura. Y es evidente que lo que nos han dado de comer estos días ha sido basura, mayoritariamente. Lo cual no quita para que servidor haya engordado una serie de kilos a lo largo de estos días (lo cortés no quita lo valiente...) Kilos que tendré que bajar más pronto que tarde si no quiero que el uniforme de trabajo me cause el decese por enaltecimiento y contención del diafragma...

De la forma que fuere, la vuelta a bordo implica carga laboral. Y lo cierto es que no estamos muy por la labor de cargar con nada. Ni con nadie. Todavía no me explico cómo conseguí superar los tests psicológicos en el apartado "rendimiento y materialización del trabajo". Quizás fue por autoconvencimiento hacia lo que me gustaría ser, más que por una constatación de mis aptitudes reales. El caso es que la vuelta a los talleres me recuerda de alguna forma aquella "vuelta al cole" tras el verano, con la sensación de haber pasado unos días (meses, años) en los que no he aprovechado el tiempo en nada productivo, ni si quiera para descansar, y mucho menos para perderme en los placeres libidinosos de la vida... El tiempo, ese reloj que avanza imparable...

Llegué a mi camarote. Voy a ejercitar el diafragma. Intentaré enfundarme el mono entre contorsionismos y apneas, y lo que es más importante, poder vivir para contarlo. De fondo se oyen los reactores, con su peculiar partitura mezcla de transformador eléctrico y turbofán. Siento el sonido. Aumenta bis a bis junto a la velocidad de giro del plasma de fusión... Soltamos el puente. Se están cargando los supercapacitadores. En cinco segundos nos alejamos. Adiós... estación. Próxima parada: el universo.

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