domingo, julio 25, 2010

Nenazas

Aquel día el muchacho (ya adulto) se sentía especialmente mal. Todo le superaba. Todo. De nada le servía intentar hacerse el fuerte, ocupar el tiempo con cualquier actividad, o escuchar la más alegre de las canciones de su cantante favorita. No podía quitarse de encima la sensación de toda una vida desperdiciada y tirada a la basura. De no haber aprendido ninguna lección en todos aquellos años, desde que se dio cuenta de su propia existencia. De no ser una persona "de provecho". De no haber alcanzado nada de lo que se propuso cuando todavía era un niño, o un adolescente. Lo que más le pesaba era el tiempo que no le había dedicado a todas aquellas personas que le querían por ser como era. Tiempo que en algunos casos ya no iba a poder recuperar, ni compartir. Haberles fallado en más de una ocasión, aún sin quererlo, no ayudaba. Y todo lo que había apoyado a personas que no merecían la pena, o que realmente no le interesaban, caía sobre él como una losa.

Se acordó de ella. Buscó una imagen suya y la contempló por un momento mientras dejaba volar su imaginación. El simple pensamiento de que algo pudiera pasar entre ellos daba vidilla a su mediocre intrascendencia. Pero a ella también le había fallado, cómo no. Y eso era algo que le hacía sentir como un completo imbécil. Cogió el móvil. Era la enésima persona en aquel mes a la que pedía perdón, sin esperar respuesta. Quizás no hacía falta, pero realmente sentía que debía hacerlo. Mandó el mensaje. Y siguió ocupando su tiempo, con su música alegre de fondo e intentando poner buena cara... en vano.

Al momento rompió a llorar. "Soy un flojo, esto es cosa de nenazas". Pero no podía parar.

Entonces oyó un bip bip.

Era ella, de vuelta. No le perdonaba nada porque no tenía nada de qué perdonarle. Para ella todo seguía igual... de bien. "¿Quedamos mañana para tomar un café?"

El chaval se sonrió. "Encima de nenaza e imbécil, tonto". No podía dejar de lloriquear, solo que ahora las lágrimas eran una mezcla extraña de tristeza, felicidad, y un no saber qué.

Siguió con sus cosas, sin música y con el pañuelo en la otra mano. Sabía quién era, qué quería, y qué tenía que hacer. Sólo necesitaba... tiempo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Llorar es cosa de hombres, y quien diga lo contrario, peor para él/ella... con lo a gusto que te quedas además!

Ert dijo...

Sí. Pero uno no puede evitar sentirse "demasiado vulnerable" cuando rompe a llorar... y no siempre se queda uno a gusto... al igual que la lluvia, a veces limpia y libera el ambiente, otras veces lo carga aún más...

Sobre el café de la entrada, lo cierto es que el muchacho nunca más volvió a ver a aquella chica... pero eso ya es otra historia.

Besillos anónimos.